Monday, April 27, 2009

THE SEA OF ZARAGOZA. ( El mar de Zaragoza )












El salitre de Oliver.

Después de más de diez años en esta ciudad, llevo días haciéndome alguna que otra pregunta. Cuestiones a todas luces un tanto absurdas en principio, por su más que obvia y real respuesta.
¿Tiene mar Zaragoza?, ¿algún mar interior, por pequeño que sea?, ¿o algún océano, camaleónico que se nos camufla para que no lo veamos?
He querido empezar de esta forma mi comentario en un claro y directo homenaje a la propia obra del autor, ya que el mar se nos presenta en toda la novela casi como una ilusión óptica, como una fantasía en medio de la aridez.
La utopía de haber podido cambiar algo, de poder alcanzar otras metas.

NAUFRAGOS SIN MAR


Narrativa Aragonesa
Manuel Castelló
Editorial Vitruvio Ediciones( Colección Nostum )
Premio de novela del Ayto. de Pravia.



Náufragos sin mar es la primera novela de Manuel Castelló. Una novela dura y arriesgada. En mi opinión una apuesta literaria muy personal que no presenta una lectura y una temática según los parámetros que muchas veces parece demandar el mercado.
La novela transcurre en la ciudad de Zaragoza, más concretamente en dos barrios, que toman identidad propia como si de un personaje más se tratase.
Situada en la Zaragoza de los ochenta, el autor nos lleva de la mano de sus personajes por los caminos de las drogas y la exclusión social y sobre todo por un dolor constante. Un dolor que sienten casi todos los personajes. Un dolor existencial que los envuelve y que el autor refleja muy bien por medio de recursos metafóricos llenos a veces de irreal belleza.
Recursos que a mi parecer chocan con el propio contexto urbano y en cierto modo degradado en el que se mueven los personajes. El autor nos lleva muy cerca de las irrealidades que en literatura nos presenta el realismo mágico. Pero eso sí un realismo desde la magia del naufragio de los propios personajes y su contexto social.
Victor, el personaje principal, nos va llevando de la mano sin soltarnos, (ya que el autor se permite ciertos saltos y giros en forma de flash back, que en un principio pueden descolocar en cierto modo al lector), a través de sus reflexiones y su propia vida, sus estados de ánimo…su entrada en la cárcel de Torrero, una entrada casi como la de un niño, un niño preso que entra al palacio de sus fantasías.

Creo que el autor acierta a la hora de establecer esta estructura circular para la novela. Es el lector el que de alguna manera debe de ordenar los datos y referencias que se nos van narrando y los sentimientos que nos acercan a cada uno de ellos.
Los personajes de esta novela roban radiocasetes, vagabundean por los campos, por las vías, hacen todo lo posible por evadirse de su dolor…el dolor de no poder cambiar lo que no funciona, pero nunca son juzgados, ese es un gran acierto. Todos tienen su dignidad, una dignidad que el autor les aporta a base de buen oficio y de no enjuiciar ninguno de sus actos; aunque roben, abran coches y vayan desde el principio abocados al abismo.

Oscuridad, este es otro factor importante en la novela, la noche, la oscuridad de sus propias vidas y sus propias almas, que cohabita perfectamente con los personajes nos lleva a presagiar el drama, cualquier drama…pero en especial el de Victor el protagonista, caminante de senderos polvorientos y observador al mismo tiempo de todo.

Maravillosa galería de personajes acompañan a Victor, la Cheli, misteriosa y a la vez exótica compañera de Batallas de Victor, metáfora personificada del deseo, aunque el deseo también sea triste, como según Victor son su besos, Mario y el Nano, seres desprotegidos pero con una coraza…la coraza del miedo y del rencor. El mismo rencor que se nos presenta en la explicita y impactante primera página cuando alguien le da una patada a un sapo.
No me puedo olvidar del maravilloso y casi transparente y efímero Ariel, ese niño de huesos frágiles, ese personaje que en si mismo, mientras leemos se nos va quebrando. Pero a la vez tan persistente y tan intenso en su mínima expresión, que cuando se a ido es cuando nos damos cuenta y comenzamos a hecharlo de menos.
Ya no existirán esos campos de maíz, ni tampoco esas vías, ni la acequia junto a la cual, sobre la hierba hacer el amor con la dulce y triste cheli y mirar como pasan las nubes después de haber fumado ese canuto.
Puede que tampoco ya exista ese túnel donde los dos amigos dan cuenta de su desesperación por medio de un beso. La desesperación del dolor y la del miedo.
La de no poder coger ese tren, ese mercancías que va de noche, en la noche oscura, pero que llega de día al mar, a un mar azul, el mejor mar de todos.
Un mar donde nadar y nadar, alejándose de la orilla. Alejándose de la orilla.

Luis Roser